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Sé que muchos magos idealistas y bohemios no estarán de acuerdo, pero el ilusionismo y la política, aunque persiguen fines distintos, comparten uno de sus vértebras fundamentales: el engaño.

En muchas ocasiones, el engaño implica una mentira. Otras veces –mis preferidas cuando hago magia- no es necesario quebrantar el octavo mandamiento para conseguirlo. Me estoy refiriendo al autoengaño, donde una persona interpreta la realidad percibida de una manera errónea. Esta mala interpretación puede venir provocada intencionalmente por algún elemento externo o, simplemente, surgir de manera espontánea.

La anécdota más descriptiva – para mí- de este proceso la cuenta el famoso (y muerto) director de cine Billy Wilder, en un libro del también realizador (y vivo) Cameron Crowe titulado Conversaciones con Billy Wilder.

Explica el maestro austriaco que la boda entre Marylin Monroe y Arthur Miller fue tan repentina e inesperada que ni siquiera la madre del escritor había conocido a la prometida de su hijo. Así que algunos meses después de la celebración, la feliz parejita fue a cenar a casa de la anciana con la intención de reforzar los lazos familiares. Era un modesto apartamento en Brooklyn, sin lujos, mal iluminado y con aspecto de caerse en cualquier momento.

Durante la cena, Marylin se excusó y fue al baño. Para que la delgadez de las paredes no permitiera salir ningún sonido impropio de una gran estrella de cine, decidió abrir el grifo a la máxima potencia y hacer entonces todo lo que su cuerpo llevaba tiempo pidiéndole. Al acabar, cerró el grifo y volvió a la mesa. Todo continuó normalmente.

Unos días después , Miller llamó a su madre por teléfono y le pregunto por la opinión que le había merecido su nueva yerna. La respuesta no se hizo esperar: Parece muy buena chica…aunque mea como un caballo ¡Un engaño no intencionado! ¡Pero perfecto!

La pareja feliz