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Max Maven definió el ilusionismo como la exploración estética del misterio (no del milagro), y no puedo estar más de acuerdo.  Esta definición, a diferencia de otras,  huye de poesías rimbombantes  y metáforas absurdas  que no hacen más que entorpecer el mensaje y hacerlo poco práctico. No utiliza palabras como deseo, amor o arte y por eso es tan perfecta.

¿Pero qué ocurre si utilizamos técnicas de ilusionismo para hacer cosas no misteriosas? ¿Seguiría siendo ilusionismo? ¿Sería sólo un engaño?  Es aquí el punto donde aparece ese término tan odioso: la ética. Concepto que los seres humanos relacionamos con la moralidad y los tigres de África con “Joder, que hambre tengo… ¡Mira!  ¡Un bebe de antílope!”.

El caso es que yo tenía claro esto de la ética de los prestidigitadores. El ilusionismo es tan solo un espectáculo y no hay que usarlo para engañar a la gente fuera de este contexto. Por eso a los magos no les hace mucha gracia que videntes, chamanes y futurólogos utilicen sus técnicas para confundir  a la gente y pretender demostrar la posesión de poderes sobrenaturales.

Sin embargo, reflexionando  sobre uno de los momentos más icónicos de Michael Jackson,  me surgió una duda ética. El caso es que el cantante quería dar a su público algo que nadie pudiera olvidar, y se le ocurrió terminar su clásico «Man in the mirror» volando entre los espectadores con un artilugio propio de las películas de ciencia ficción -corría el año 1992-. El problema es que no debía tener la capacitación necesaria para manejar el aparato y tuvo que recurrir a un “truquito” de grandes ilusiones.

El video en cuestión es este. Puedes verlo entero -la canción está muy bien- pero lo que nos interesa empieza en el minuto 9.

A mí me parece comparable a hacer un playback cuando la gente ha pagado por verte cantar en directo.  Aún así, tengo dudadas y no sé si es ético o no. Hay que pensarlo más a fondo. Vosotros opinaréis.